3.11.19


I


He despertado antes que el sol y cuando el sofá esté inundado de luz me abandonaré al sueño. Quisiera salir a pasear por la montaña aprehender los paisajes fundirme a pesar de ser extranjera y aun así, aunque me sienta terriblemente seducida, requiere salir de casa una fuerza de voluntad que no siempre logro alcanzar. ¿me convierte ésto en débil? Resuenan en mi cabeza las palabras de la psiquiatra de urgencias que pronunció por primera vez agorafobia. Todo lo que hay más allá del nido es hostil.

II

Me siento productiva y veo nacer embriones de algo que sé que funcionará. Mejor o peor poco importa, creo, aunque el ego nos puede y ojalá saber tejer la red exacta en la que poder anidar y alojar en el pecho la palabra que tanto asusta: pertenecer. Tengo que preguntar precios, tengo que llamar al banco, tengo que dejar de procrastinar tanto. Pero mi semana acaba hoy y la que viene augura un trabajo que desearía estar sosteniendo ya entre las manos.
Un día todavía incierto algo hará click y yo podré decir que soy escritora.
Porque soy escritora.
Soy escritora.
Soy escritora.
Soy escritora.

III

Luego también está el haber regresado a las dos sangres: la del vómito y la del anhelo. Ayer tuve la boca abierta demasiado tiempo y la certeza de caer mal. Quise que mi voz fuese escuchada y se me olvidó la importancia del silencio.
Hoy será diferente. Hoy llevo encima la ligereza que es el peso de la reflexión. Cualquier momento es válido para el cambio.

IV

Tengo un cansancio como de años. Hay cosas que olvidaba. Ya había cerrado la libreta pero por mucho que escriba todo parece poco. A veces lo que se olvida son cosas importantes como un reproche en tono cariñoso un abandono del que siempre soy el centro unas amistades que se van forjando en grupo y que yo observo relegada en los márgenes. No quisiera habitar esa ciudad que veo cimentarse pero tengo un dolor triste que es el peso de lo ajeno. 
Que sean muy felices, pido. Que no piensen mal de mí, rezo al cielo.