2.1.15

Existe una suerte de magnetismo. Esa clase de cosas que se sienten en el pecho a veces y resultan imposibles de explicar.
Desde pequeña, se sienta con las manos apoyadas en el metal oxidado del banco y espera. Sus pupilas otean el horizonte de la misma forma en que los críos esperan la madrugada en Navidad. Y el horizonte nunca la defrauda. Quiebra la bruma de la atmósfera un tren a lo lejos. Ella se limita a erguir su cuello y verlo llegar. En sus gestos hay algo de ritual. También hay algo de ritual en la forma que tiene de esperar pacientemente a que el aire le abofetee la cara y en la forma que tiene de torcer el gesto para ver cómo lo engulle luego otro horizonte distinto.
No recuerda haber visto nunca un tren parar en esa estación.
La magia está en el pelo alborotado por la velocidad mientras ella permanece. El mundo sigue su curso más allá de sus pupilas pero la vida se la lleva el viento entre la bruma.



Nunca nadie se ha parado a pensar que la escena constituye una metáfora perfecta de su existencia.   

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