8.12.15

Hay una mancha en el cristal. Amorfa. De color incierto. Casi a la altura de mis ojos. Mis manos sobre una mesa de madera rodeando un café solo que se enfría en el olvido. Ya conocía esa mancha, lleva tiempo ahí, pero hoy me irrita sobremanera.
Más allá de la luna y más allá de la mancha, el ir y venir constante de gente que se me antoja más ajena que nunca. Existencias banales que vienen y van quizás sin saber de dónde vienen o a dónde van. Existencias banales fruto de un azar caprichoso. Existencias, sí, porque todos confundimos existir con vivir y claro... lo primero es facilísimo, pero a ver quién tiene los cojones de vivir. O de suicidarse.
Doy un trago al café, sentado lánguidamente, anclado en el mismo sitio de siempre. En esta ciudad en plena ebullición donde nací y donde me crié y que ahora es un lugar frío, extraño, desconocido. Lleno de gente mezquina, porque todos somos mezquinos. Todos. Intento fijarme en sus caras esperando encontrar miradas pusilánimes en rostros abatidos. Esperando, en el fondo, poder encontrarme a mí mismo en otras carnes para sentirme un poco menos solo.
Sin embargo, la mancha ejerce una suerte de gravedad en mis pupilas mas no puedo dejar de observarla. Me irrita profundamente. La mancha. Que no tenga forma. Que su color sea incierto. No poder dejar de mirarla.
Bebo el último sorbo de café, rancio y amargo. Como este corazón arañado que no sangra. Palpita, pero no sangra. De fondo, la voz de Ian Curtis rompiendo lo que ya creía roto.


Love. Love will tear us apart. Again.