Supongo que no son las
manos que se esperan de una mujer, pero no me importa.
Yo también tuve la mala
costumbre de morderme las uñas y por eso ahora son tan pequeñas.
Mamá me convenció de que esa era una manía estúpida y su
persistencia me hizo cambiar de hábito: ahora me crujo los dedos y
por eso mis nudillos tienen formas extrañas. No son dedos de
pianista sino de mujer nerviosa, de mujer tímida, de mujer asustada.
Me gusta el bultito que
tengo en el anular izquierdo y las manchas de bolígrafo en el dorso;
ambos el resultado de escribir mucho a mano. La cruz de los zurdos,
dicen. Y que éstos sean para siempre mi anillo de compromiso.
Soy de tez blanca y tengo
las manos lechosas. Se puede ver el mapa de mis venas enhebrándose,
ríos que desean desembocar en océanos de metáforas. El dibujo
impreso bajo la piel es distinto en cada extremidad; el de la derecha
es mucho más bonito.
Ambas están llenas de
cicatrices, tatuajes en negativo que explican toda una vida de
batalla constante. Manos de mujer torpe. De mujer luchadora.
Manos que ahora tienen a
las Musas de su parte. Ávidas por narrar lo que éstas me susurran
al oído. Manos que escriben sobre personas que no han existido
nunca. Que explican vidas. Que hablan de tristezas y de alegrías.
Que inventan. Que anhelan hervir de literatura.
Manos que palpan el vacío
en la oscuridad de las noches sin luna esperando acariciar tu cuerpo,
mi pequeño fantasma. Que no han aprendido a desearte en silencio y
tiemblan cuando te piensan. Manos que un día dejarán de imaginarse
el tacto de tu piel y se abandonarán a la realidad. Que querrán
explorar los vértices de un torso desconocido hasta desentrañar
cada rincón. Y harán contigo lo que Dante hizo con Beatriz y lo que
Petrarca hizo con Laura. Entre caricia y caricia, sabrán versarte. E
intentarán explicar lo que mi corazón cuente. Y también lo que
calle. Intentarán explicar lo que tus ojos cuenten. Y también lo
que callen.
Entonces tú serás
poesía. Tú serás arte.
Y mis manos, siervas de tu voluntad.