He soñado que morías.
He soñado, supongo,
que te mataba.
He soñado con carne
suspendida en el aire
y ese era tu cuerpo.
Carne.
Solamente carne.
Carne que pendía de una
cuerda.
Aquí, papá, en el
comedor de casa.
Aquí, entre el techo y
el suelo.
Aquí, delante mío.
No se puede hacer pender una cuerda del techo
pero ese era mi sueño.
Y esa era mi
cuerda.
Y ese era tu
cuerpo.
Lo siento, papá, porque
yo no quería.
En tus ojos abiertos se
adivinaba una luz extinta
de arrepentimiento.
La estela
de una miseria a la que
llamabas vida.
Y quisiste deshacerte de
ella.
Y luego aferrarte a ella.
Y fue ya tarde, papá.
Tarde para todo.
Tarde para todos.
Y yo anhelaba apartar la
mirada pero
no podía dejar de
observar
el horror.
He despertado recordando
que la cuerda existe.
Que no sé si deshice el
nudo el día en que comprendí
que era demasiado cobarde
para morir.
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