1.12.15

He soñado que morías.
He soñado, supongo,
que te mataba.
He soñado con carne suspendida en el aire
y ese era tu cuerpo.
Carne.
Solamente carne.
Carne que pendía de una cuerda.
Aquí, papá, en el comedor de casa.
Aquí, entre el techo y el suelo.
Aquí, delante mío.
No se puede hacer pender una cuerda del techo
pero ese era mi sueño.
Y esa era mi cuerda.
Y ese era tu cuerpo.
Lo siento, papá, porque yo no quería.
En tus ojos abiertos se adivinaba una luz extinta
de arrepentimiento.
La estela
de una miseria a la que llamabas vida.
Y quisiste deshacerte de ella.
Y luego aferrarte a ella.
Y fue ya tarde, papá.
Tarde para todo.
Tarde para todos.
Y yo anhelaba apartar la mirada pero
no podía dejar de observar
el horror.

He despertado recordando que la cuerda existe.
Que no sé si deshice el nudo el día en que comprendí
que era demasiado cobarde para morir.

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