El infierno es lo
único que conozco
porque ahí me he
criado
aun sin saberlo
yo.
Aun sin saberlo
nadie.
En mi primera
confesión pronuncié
una broma
desgastada por el tiempo:
nací cansada,
doctor.
Y el doctor dejó
de escribir
para mirarme a la
cara
con incierta
ternura en las pupilas:
no, tú
naciste triste.
Quisieron darme a
probar el éxtasis
de la felicidad
en forma de pastilla
con una única
premisa:
es por tu
bien.
Esta es, pues, mi
segunda confesión:
me da miedo la
felicidad.
Me asusta lo
extraño
lo ajeno
lo desconocido.
Me asusta dejar
de ser yo;
perder mi esencia
perderme a mí.
La melancolía es
mi sino, digo,
y no espero que
nadie entienda
que no quiero
renunciar a mis raíces.
Que no quiero
escapar de la distimia.